Sociólogo y politólogo.  Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid (2003/2022)

Burocracia y sindicalismo


Burocracia y sindicalismo

Antonio Antón

(Ponencia en el Congreso del SOC-Sindicato Obrero del Campo para el debate sobre  "Liderazgos o responsabilidades compartidas", Málaga, marzo de 2001)                   

0. INTRODUCCIÓN

          Uno de los grandes problemas del sindicalismo y de las fuerzas transformadoras es el de la conformación y papel de sus élites, de su labor de mediación para sintetizar y expresar la experiencia e identidad colectiva de un movimiento social. 

Por otra parte, hay que tener en cuenta que, para el cambio social o político-cultural protagonizado por las clases populares, las dificultades son mayores que para la burguesía con respecto a la aristocracia y el antiguo Régimen, ya que su avance social se apoyaba en unas relaciones económicas capitalistas. Ahora las bases para el cambio reposan más directamente en la conducta social de la población trabajadora y precaria, de la existencia o no de sectores más activos, pero no cuentan con el apoyo de unas formas socialistas o cooperativas de producción. En este sentido cobra más importancia la propia experiencia de acción, la capacidad organizativa, la voluntad, las ideas, es decir, los elementos subjetivos que conforman la cultura o ideología popular, sus tradiciones, mitos y utopías. Una conclusión importante se deriva de esto: las vanguardias, élites o liderazgos necesitan una mayor legitimación social, una credibilidad y vinculación con sus bases sociales. Los aspectos de mediación, elección, interrelación, control, etc., entre representantes y representados, se convierten en aspectos todavía más fundamentales, ya que el grado de influencia social o cultural de carácter crítico y transformador no depende tanto del poder económico o institucional, sino de tener arraigo social, de su capacidad para expresar aspiraciones populares y encauzar la voluntad colectiva.

Por otro lado, hay que ser conscientes de la estratificación de las condiciones y capacidades humanas, culturales y políticas, es decir, de las distintas potencialidades y oportunidades de aportar, colaborar o decidir. El fondo es cómo partir y aprovechar esa realidad desigual, no para ampliarla, sino para facilitar una mayor igualdad, unas mayores oportunidades igualitarias en la participación de las tareas colectivas. En ese sentido las normas organizativas específicas, así como los niveles y estructura jerárquica deben mantener esa doble tensión: partir de esa realidad desigual e impulsar una mayor igualdad democrática; sin embargo, existe el doble riesgo de reproducir esas relaciones desiguales jerárquicas o perder operatividad, ya que las diferencias no son sólo por la distribución de unas funciones técnicas diversas según la especialización de cada cual. La desigualdad jerárquica está inscrita en esta sociedad desigual. La cuestión central es la contradicción entre el derecho democrático igualitario de participar todos y la eficacia de la especialización y la distribución desigual de capacidad o funciones a realizar. Los criterios éticos, la experiencia y calidad democrática serán decisivos en la conformación de las direcciones u órganos representativos.

En definitiva, es importantes la redistribución de las funciones reales, así como los cambios simbólicos y del lenguaje: dirección/coordinación o representación/delegación, responsabilidad individual o colegiada, liderazgo y participación y control democrático. Está claro que las tendencias dominantes son al dirigismo, el individualismo y el liderismo y hay que forzar en sentido contrario.

Por mi parte, para ilustrar este tema, voy a coger una perspectiva más general y me voy a referir a la experiencia histórica de la conformación de las élites burocráticas en el movimiento sindical introduciendo alguna reflexión más teórica, que nos permita situar mejor los problemas de las relaciones jerárquicas en una organización social, como un sindicato.

I. LA BUROCRACIA SINDICAL[1]

El movimiento sindical siempre ha estado recorrido por una doble dinámica, tanto con relación al entramado institucional, político y económico de la sociedad, como en sus relaciones internas. Por un lado, es una parte del sistema que tiende a adaptarse a él y por otro lado, tiene otro componente de oposición al mismo, de transformador de las relaciones sociales. Esa doble dinámica tiene también su reflejo en la configuración interna de los sindicatos, pudiendo tener un mayor dinamismo social, una capacidad y tensión movilizadora y con protagonismo de las bases obreras o bien, predominar una tendencia más jerarquizada con un peso mayor de la burocracia y de los aparatos sindicales. En esta exposición me voy a mover entre esas tendencias contradictorias.

          El movimiento obrero tiene una gran diversidad. Podemos diferenciar primero tres grandes bloques, el del mundo occidental, el del Tercer Mundo y el del llamado socialismo real. En estos dos últimos no vamos entrar a estudiarlos. Con relación al mundo occidental se debe distinguir su situación en el siglo XIX de la del siglo XX. Por otra parte también hay bastantes diferencias entre los diferentes países occidentales en el índice de sindicación, en la dimensión de sus aparatos burocráticos, en su dependencia financiera. Es decir, su grado de autonomía o de imbricación con los organismos estatales consultivos o de concertación también es muy diverso.[2] Igualmente es diversa la historia del movimiento obrero y sus tradiciones y todavía más si consideramos no solamente el movimiento sindical, sino al conjunto del movimiento obrero, es decir, a los partidos de izquierda y las diversas organizaciones económicas, sociales y culturales obreras, que lo integraban y cuya composición y relaciones han sido muy diferente, en particular las relaciones entre el partido obrero y el sindicato[3], la conformación de las élites y liderazgos.

          Sin embargo podemos adelantar un problema general que se ha ido ampliando en este siglo: la aparición de las burocracias ‘obreras’. Estas tienen una posición singular en la sociedad, distinta de la clase obrera. Tienen un prestigio y estatus social, un tipo de vida y de empleo, unos intereses diferentes a la mayoría de los trabajadores.

          En este estudio se van a contemplar dos aspectos fundamentales. El primero, el grado de institucionalización del sindicalismo occidental con la mayor o menor disposición a la adaptación o bien a la transformación del orden social. El segundo, la relación de este aspecto con el grado de burocratización interna y su tensión con la democracia sindical.

          El sindicalismo del siglo XIX era más débil organizativa e institucionalmente pero tenía un componente más reivindicativo, aunque ya el sindicalismo británico en la segunda mitad de siglo y el alemán de fin de siglo son unas grandes organizaciones que encuadran a millones de personas y múltiples actividades, con un aparato burocrático importante y con estrechas vinculaciones con los partidos de izquierda y las instituciones de la democracia parlamentaria[4]. Estas características y la problemática que conlleva se generalizarán a partir de la IIª Guerra Mundial. Voy a ofrecer algunas pinceladas históricas sobre el papel de las burocracias sindicales y sus causas.

II. MARX Y EL SINDICALISMO DEL SIGLO XIX

En primer lugar, hago un comentario breve sobre algunas ideas de Marx y el sindicalismo del siglo XIX:

La posición de Marx y Engels expresada principalmente en 'La clase obrera en Inglaterra' y en 'El manifiesto comunista' es la siguiente: Veían la acción sindical como un medio para que la clase obrera comprobase su diferenciación de intereses con respecto a la burguesía, superando la competencia y corporativismo en el interior de ella.  Pero esa opinión va asociada a dos fenómenos de carácter general: por una parte, a la visión idealizada de una clase obrera, un sujeto social condenado a luchar contra el capitalismo hasta llegar al socialismo; y por otro lado, a una concepción de las crisis económicas cíclicas, en el que la acción socioeconómica del proletariado llevaría a crisis revolucionarias. Ni lo uno ni lo otro se cumplió y, tras la derrota de las revoluciones de 1848, tienen una serie de reservas hacia el movimiento sindical.

Ellos mismos detallaron algunas facetas negativas del sindicalismo británico de la segunda mitad de siglo, del aburguesamiento de algunos sectores de la clase obrera. Los sindicatos no representaban a toda la clase obrera, sino a una minoría aristocrática de obreros privilegiados, pero al ir afiliándose los obreros menos calificados, irían desapareciendo estas prácticas sectoriales. Consideraban que la corrupción de los líderes es una posible causa de la pasividad de la base sindical y que el ‘aburguesamiento’ de la clase obrera inglesa era debido a la posición monopolista del capitalismo inglés. El desarrollo de la segunda mitad de siglo en Inglaterra lo ven como excepción y enseguida se aferran al potencial ascendente del sindicalismo alemán, ligado al desarrollo del Partido socialdemócrata y a la participación electoral e institucional, cuestión que abrirá una brecha con las corrientes anarquistas.

Sin embargo, tanto en la corriente marxista como en la anarquista predominó una apreciación optimista e idealista de las potencialidades del movimiento sindical para atacar los fundamentos del capitalismo y una infravaloración de los componentes de aburguesamiento de amplios sectores obreros, de la aparición de las clases medias y de las tendencias burocráticas en las organizaciones obreras.

III. BUROCRACIA, PARTIDO Y ESPONTANEISMO

Primer cuarto de siglo XX

En segundo lugar, expongo algunas de las polémicas más importantes sobre la integración de los sindicatos. Es el debate sobre reforma y revolución y, en particular, sobre el papel de la dirección de los sindicatos en el marco de la situación de fuerte crisis social en Europa del primer cuarto de siglo. Desde los grandes conflictos rusos de 1905 y hasta los primeros años 20, con la experiencia revolucionaria en Rusia y Alemania se discute entre reforma y revolución, y entre burocracia, partido y espontaneísmo. Estos debates señalarán, por mucho tiempo, las diferencias entre la IIª y la IIIª Internacional, es decir, entre los partidos socialdemócratas y comunistas, y generaron una profunda división en el movimiento sindical, que todavía permanece.

Solamente cito algunas conclusiones de estas polémicas, algunas de las cuales se reproducen en la guerra civil española[5], a partir de las valoraciones sobre el grado de oposición al capitalismo y de institucionalización de los sindicatos, al calor de las posiciones de estos autores clásicos (Marx, Lenin, Rosa, Gramsci, Trostky); luego me detengo en el problema del liderazgo en la clase obrera.

·       Oposición e institucionalización de los sindicatos:

a) Hay que replantearse la teoría de Marx de que tras la 'pauperización' viene la radicalización. Igualmente la idea de que a través de los 'logros concretos' se camina hacia la 'economía política del trabajo', hacia el progreso, etc. El interrogante sería qué mejoras son estimulantes o cuáles son insuficientes o 'integradoras'.

          b) El modo de lograr esas demandas es un factor importante. Si está basado en la lucha y la movilización y no en la colaboración, o si existe un poder independiente y su movilización constituye la diferencia, o bien por la naturaleza 'autónoma del control de la base obrera’.

          c) con relación al papel del Partido político, tanto Rosa Luxemburgo como Gramsci, expresan que el Partido no debe 'dominar' la lucha espontánea y tiene una función más ideológica que organizativa, aunque en Gramsci, el Partido interactúa más con el movimiento espontáneo.

d) En estos autores había un análisis optimista de los acontecimientos en Alemania, Italia y Europa de los años 20. La conciencia de la clase obrera y el sindicalismo revolucionario fueron muy transitorios. Los límites de la conciencia sindical pueden variar notablemente según los diferentes contextos históricos y pueden cambiar radicalmente con un breve paso del tiempo.

e) Es importante la 'percepción' que tienen los trabajadores sobre la dinámica de las mejoras materiales. Pero no se dispone de una teoría general que relacione lucha por reformas materiales con el desarrollo de la conciencia y, por tanto, la solución vendrá a través de la práctica.

·       'Espontaneidad' y liderazgo de la clase obrera:

          Hay una visión de la clase obrera, especialmente en Gramsci y Trotsky y en las tradiciones consejistas y anarquistas, como si fuera una clase homogénea, económica y positiva, como un sujeto revolucionario en potencia, clase 'portadora' de una esencia o naturaleza revolucionaria, que va desarrollando su 'espontaneidad' y se ve constreñida por la burocracia sindical y/o por la aristocracia obrera aburguesada. En la mayoría de los clásicos marxistas, no aparecen las grandes contradicciones internas de la clase obrera, ni los problemas políticos derivados de ellas (nacionales, de género, paro/empleo, etc.) y que han sido tan importantes para el desarrollo de los movimientos obreros y populares.    

          La situación 'objetiva' y los intereses son contradictorios en el seno de la clase obrera, y diferentes también con respecto al mantenimiento o transformación del sistema capitalista. A partir de esto cobra importancia el tener en cuenta la 'estratificación' de la conciencia de la clase obrera y el papel de las élites y sectores más avanzados y conscientes. Es a partir de esa visión contradictoria, como se enmarca el papel contradictorio de los sindicatos y la burocracia sindical y su relación con la clase obrera, por un lado, y con el sistema capitalista y el Estado, por el otro.

           Hay entre los clásicos de la época una visión idealista de la situación creada tras la revolución rusa y de la situación del movimiento sindical en los años 20. Existe una sobrevaloración del mismo, en especial de su capacidad de generar 'contrapoder'. Sin embargo, tras el fracaso de la crisis revolucionaria alemana de 1923 o de la huelga general inglesa de 1927, no se darán en Europa unas condiciones similares para el movimiento sindical. La situación en la guerra civil española o la de la resistencia antifascista en los años 40 en Italia o Francia, tendrán ya otras características. Por otra parte, el ascenso de la lucha sindical desde fines de los 60 a finales de los 70, todavía quedará muy lejos de la problemática suscitada en aquellas décadas.

          Pero conviene detenerse algo en las ideas de Lenin, que influyeron en la IIIª Internacional y fueron adoptadas por los sindicatos de influencia comunista: la lucha económica y su visión del movimiento sindical subordinado a las tareas generales de la revolución y del proceso revolucionario en su conjunto, destacando el papel de vanguardia del Partido del proletariado, como liderazgo de la clase obrera.

          Lenin es escéptico con lo que pueda dar de sí el desarrollo espontáneo de la lucha económica, pero no con las posibilidades de un conflicto revolucionario a partir de un gran movimiento huelguístico, en una coyuntura del poder en crisis y con una confrontación general como en 1905 y 1917. Lenin no comparte algunos enfoques unilaterales de algunos clásicos, como el 'espontaneísmo' de Rosa Luxemburgo y del primer Gramsci por las virtualidades de la lucha de la clase obrera. La diferencia de Lenin con Rosa no es sólo sobre los límites y efectos de la lucha sindical, sino en la necesidad de un proceso político diverso, no tan 'obrerista' de acumulación de fuerzas aprovechando todas las contradicciones. En ese sentido se habla más de soviets, que estrictamente de sindicatos. Tanto Lenin, como también Rosa y Gramsci, consideraban imprescindible la presencia de la llamada vanguardia organizada en el partido obrero, pero él primero todavía reforzaba más la tarea organizativa y dirigente del Partido.

Pero Lenin, al igual que Kautsky y el grueso de la IIª Internacional, cae en el esquematismo de que el Partido introduce la conciencia política en la clase obrera desde fuera. Al revalorizar al papel del Partido como portador de la teoría revolucionaria, lo separa excesivamente de la conformación de la experiencia de lucha de importantes sectores del proletariado. Es ilustrativa su tesis de que 'sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario'. Sin embargo el problema es más complejo y como expresan otros autores,  como E.P. Thompson, hay que entenderlo como interacción entre la actividad propiamente teórica, ideológica o cultural y la experiencia social y política de los movimientos populares[6].

La posterior aplicación de la teoría leninista y también socialdemócrata, al acentuarse el papel de los Partidos políticos, llevará posteriormente a la instrumentalización del movimiento sindical, a la pérdida de autonomía de los sindicatos, utilizándolos como 'correa de transmisión' del Partido. Además pasados los años de crisis revolucionaria, con la institucionalización de los Partidos políticos en la actividad parlamentaria, la subordinación de los sindicatos al Partido obrero, llevará a la dependencia de la acción sindical a los intereses electorales de esos Partidos sean socialistas o comunistas. En la experiencia stalinista, además de los agravantes autoritarios, supondrá una mayor subordinación a los intereses del aparato del Partido.

IV. LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL SINDICALISMO

En este bloque trato sobre algunas características del sindicalismo de los años 60 y 70, en el marco de la concertación social y del Estado de Bienestar, es decir, del llamado sindicalismo reformista, que con la presión-negociación consigue algunas reivindicaciones y reformas. En esta etapa se da la institucionalización generalizada de los sindicatos en el contexto del pacto keynesiano y mantienen una capacidad de representación y presión social, que luego en los ochenta empieza a disminuir.

          El sistema 'económicamente', siempre es capaz de integrar y/o derrotar la lucha del movimiento obrero. Se tiene que dar una grave crisis de poder, como tras la Iª Guerra Mundial o como se ha dado en algunos países del Tercer Mundo en los 60 y 70, para que con la presión popular se puedan alcanzar demandas importantes. En el caso europeo los avances son substanciales pero limitados desde el punto de vista de conformar una grave crisis sociopolítica, como parcialmente se acercó en los finales 60 y primeros 70. Así, no son sólo las reivindicaciones concretas logradas sino sobre todo, en qué condiciones se logran, es decir, en el grado de experiencia, organización, alianzas y de fuerzas sociales que se han adquirido. Es la valoración del grado de avance 'político', de reformas y derechos sociales, y no tanto del grado de reivindicaciones económicas conseguidas, como se deben comprobar las garantías del avance de los movimientos sindicales.

          Toda la teoría marxista clásica posterior a la de Marx, está referida a una época excepcional de hace casi un siglo. Son sobre todo en los años 1917 a 1927 donde realmente han existido situaciones de aguda crisis social en diferentes momentos y países en Europa y en ese marco se da la polémica de estos clásicos. El resto de las décadas se han caracterizado más por una situación defensiva del movimiento obrero, aunque se puede destacar la experiencia de un gran avance reivindicativo e institucional del sindicalismo a finales del siglo pasado en Alemania, y en las décadas de los 50 y 60 en Europa en general. Todo ello nos situaría en el predominio de otra tradición de pensamiento marxista, de reformas graduales, y que se trata en el siguiente apartado.

          La gran conquista del movimiento sindical y de la izquierda en los últimos cincuenta años, junto a la presión del socialismo 'real' del Este y los propios intereses y condiciones del desarrollo capitalista, ha sido la consolidación del Estado de Bienestar, que no se puede asimilar completamente en el marco de las demandas transitorias[7] de o como fruto de la movilización obrera.

Pero como hemos visto en desde la década de los 80, esa conquista también es muy vulnerable ante las fuertes presiones neoliberales. Hoy día, prácticamente han desaparecido las posibilidades de una dinámica alternativa al capitalismo y el movimiento sindical está muy alejado de la problemática de una transformación radical de la sociedad. Las esperanzas del papel protagonista de la clase obrera, se fueron diluyendo poco a poco desde los años veinte aunque renacieron algo a finales de los sesenta. La segmentación y división interna producida por la reestructuración productiva y del mercado de trabajo ha debilitado la unidad y la cohesión interna de la clase obrera. El hundimiento del socialismo real, el desprestigio y crisis de los partidos comunistas y el desplazamiento hacia el centro de los partidos socialistas han dejado al movimiento sindical sin referencias políticas, y han acentuado su pragmatismo.

          Sin embargo, hay que constatar, que en los años finales de los 60 y primeros de los 70 (Mayo francés, otoño caliente italiano, transición política española...) se da en Europa una situación de ascenso de los movimientos sindicales y sociales en el marco de una cierta crisis política, social y cultural, aunque no llega a ser una crisis de poder según los clásicos, manteniéndose en general el movimiento sindical en una situación defensiva.

En España, en los primeros años 80 se producen huelgas radicales contra la reconversión industrial, con una presión sindical en aumento que culmina en el 14-D de 1988 pero podemos decir que empieza su declive a partir de 1992, disminuyendo desde entonces la conflictividad social. La situación social española y europea desde hace veinte años hace que el movimiento sindical esté a la defensiva, a pesar de ciertas reactivaciones coyunturales, como en Francia a mitad de los noventa. Esto supone un bloqueo o retroceso en el avance en las reformas y en la transformación social, intentando mantener las conquistas adquiridas. Todo trae la consecuencia de la acentuación de los rasgos más negativos del sindicalismo: burocratización, institucionalización y dependencia de los poderes económicos y políticos.

Por último, hay que citar esos componentes de resistencia y renovación que localmente aparecen, y que en ocasiones tienen cierta trascendencia. Por ejemplo, ante la actual situación de paro y precariedad, el debate público sobre los graves problemas de la cohesión social y la revitalización de los movimientos de parados y una amplia solidaridad en Francia se ha abierto nuevamente en Europa, la reflexión sobre el papel de los sindicatos y su capacidad y flexibilidad organizativa y de base social para la articulación de este tipo de conflictos sociales. Pero estos nuevos problemas se dejan abiertos en este trabajo.

Podemos recapitular algunas conclusiones sobre varios rasgos generales:

En primer lugar, hay que destacar las reflexiones sobre el carácter contradictorio, no sólo de la burocracia sindical sino del conjunto de los sindicatos, y su relación con el sistema capitalista y el Estado por un lado y con la clase obrera por el otro. Es decir, los sindicatos tienen un carácter doble, como parte del Estado capitalista y del sistema, aunque parcialmente enfrentado al mismo, y al mismo tiempo, como 'representativo' de intereses inmediatos de diferentes sectores de la clase obrera, que encauza, negocia y participando en la 'regulación' del conflicto.

          En segundo lugar, el grado de integración o 'incorporación' del movimiento sindical es también reflejo del grado de integración y consenso general de la sociedad en su conjunto.

          En tercer lugar, hay que destacar que, a diferencia del siglo XIX, con un Estado limitado y de la situación posterior a la Iª Guerra mundial con una gran inestabilidad de los poderes políticos e institucionales, en la Europa tras la IIª Guerra mundial se acentúan los mecanismos del Estado para la regulación y neutralización de los conflictos sociales. Además el papel de las fuerzas de izquierda, de los partidos socialdemócratas y comunistas han sido diferentes, favoreciendo la 'incorporación' de los sindicatos al marco estatal e institucional de las democracias. Es el marco general de la concertación social que evoluciona hacia el corporativismo institucional.

          Por otra parte, el derrumbamiento del socialismo real del Este ha generado también una mayor crisis ideológica en la izquierda debilitándose las esperanzas sobre unas alternativas al actual modelo capitalista. Igualmente, la dinámica económica y social actual, con la competitividad económica internacional y la segmentación de la clase obrera, van a dejar a la población trabajadora mucho más indefensa y vulnerable y a la defensiva de sus anteriores conquistas económicas y sociales.

V. ALGUNAS REFLEXIONES FINALES[8]

          1)   Acentuación de las tendencias burocráticas del sindicalismo

          Con relación al movimiento sindical europeo desde finales de los 70, con el cierto reflujo y desmovilización iniciado en 1977 y 78, se han ido operando unas tendencias más negativas, como son las siguientes:

          - ‘Burocratización del movimiento de base. Más jerarquización y centralización sindical. Acentuación de las tendencias anteriores de corporativismo, seccionalismo y economicismo’.

          - ‘Grandes obstáculos para profundizar la participación y la democracia, siendo aspectos vitales’. Los problemas de la democracia sindical van unidos a los de la conciencia política general de la clase obrera y en ese momento hay un proceso de derechización de la socialdemocracia y del laborismo, de crisis económica, ofensiva conservadora antisindical y hay una gran dificultad para la constitución de unos sectores o corrientes más organizados. 

          2) Debilitamiento del movimiento sindical

          En la década de los 80, podríamos decir que junto a sectores con cierta combatividad y la existencia de luchas de importancia, la tendencia general es de debilitamiento del movimiento sindical europeo, con una ofensiva antisindical, muy agresiva en el caso del Gobierno Thacher. Igualmente, después del auge del movimiento sindical en Europa entre los años 1968 a 1979, se ha ido configurando no solamente una mayor desmovilización, sino una acentuación de los rasgos más negativos en los grandes sindicatos. La década de los 90 con el nuevo auge del neoliberalismo, la segmentación de la clase obrera, el hundimiento del Este y los reflejos de cierta crisis de la izquierda, supondrá una nueva fase más defensiva y de crisis para los sindicatos europeos, con pérdida de capacidad transformadora, e incluso de su base afiliativa y su prestigio.

3) La democracia y la participación sindical

          Además de los problemas de organización de las bases sindicales y de la propia acción sindical, apuntadas anteriormente, lo más significativo son los problemas de la propia participación y democracia sindical para que los sindicatos puedan ser un buen instrumento reivindicativo y asociativo. El problema central se sitúa en cómo hacer frente a la tendencia espontánea de todo sindicato a la negociación / colaboración / institucionalización. La cuestión no se resuelve como tradicionalmente en las teorías de la Tercera Internacional de entreguerras, o de la tradición de la IVª Internacional, de apuntar al cambio de la dirección de los sindicatos, conquistando sus aparatos y poniendo a personas más radicales en vez de más reformistas.

          La cuestión tampoco se agota en intentar dar, solamente, un giro a las políticas sindicales. El auténtico problema, es el cuestionamiento del propio papel de los sindicatos, de ver la complejidad y profundidad de esas tendencias negativas, de replantearse el papel de la burocracia y las formas organizativas. Pero todo ello también es dependiente del contexto general socioeconómico, político y cultural, e incluso de las condiciones demográficas de un movimiento sindical más envejecido.

4) La moderación de los sindicatos en un futuro incierto

Para concluir podemos señalar los principales rasgos internos que influyen en la pérdida de capacidad de presión y movilización de los sindicatos, que son de dos tipos:

          La acusada especialización en lo laboral, limitándose al ámbito casi exclusivo de los problemas directamente vinculados al trabajo, a la lucha salarial y las relaciones laborales, sin conectar con otros problemas socio-políticos de la clase obrera, ni recoger las contradicciones diversas que se dan en el seno de la clase obrera. Al mismo tiempo centran su actividad en una parte de la clase obrera, los empleados estables de las grandes y medianas empresas, dejando en segundo plano a los sectores precarios.

          En segundo lugar, la importancia cada vez mayor de la burocracia sindical, de sus condicionamientos e intereses específicos que les hace tender a minimizar los riesgos de la confrontación con los poderes económicos y políticos. La participación en múltiples organismos estatales, de las diferentes administraciones públicas o en instituciones diversas hace que el mantenimiento de los privilegios y estatus social tienda a manifestarse en una conducta pactista, concertadora y poco conflictiva. Igualmente, el desarrollo de grandes servicios -inmobiliarios, de formación, de seguros, etc.- para la afiliación, acentúa el peso de los funcionarios sindicales. Todo ello genera un constreñimiento para una mayor participación y dinamismo interno.

          El clima social en general, en Europa, está bastante calmado, y ante la ausencia de una dinámica de movilizaciones sostenidas y con amplia participación de la población trabajadora, es difícil prever unas modificaciones substanciales de la propia dinámica de los sindicatos. El futuro es incierto, e incluso pueden generarse dinámicas de profundización del debilitamiento sindical y de retroceso social y laboral. Sin embargo los graves problemas que aparecen, de alto nivel de paro y precariedad, recorte de las prestaciones sociales y del Estado de Bienestar pueden convertirse también en otra nueva fuente de malestar, como se ha producido en Francia en los años 96/97 con el movimiento sindical y de solidaridad contra el paro, con efectos posteriores sobre la reducción de la jornada a las 35 horas.

5) La juventud y el movimiento sindical

Para terminar voy a señalar el papel importante que puede jugar la juventud y su incorporación al mercado de trabajo. La socialización en el trabajo y en el empleo de la juventud es completamente diferente a la de las generaciones anteriores. En particular habrá que ver la actitud de la juventud precarizada, ante la ausencia de expectativas de avance socioeconómico. Su expresión asociativa y de tipo de actividad puede ser parcialmente diferente a la de las décadas anteriores donde ha habido un fuerte protagonismo de los sindicatos. Ahora es indudable la cada vez mayor influencia de otros movimientos y corrientes sociales y la presencia de nuevos cambios culturales. Por otra parte, las nuevas sensibilidades participativas y democráticas, las propias experiencias asociativas de la juventud pueden prevenirlas mejor ante las tendencias burocráticas de las grandes organizaciones como los sindicatos actuales.

Por tanto, en la configuración de los grandes problemas sindicales de este siglo, en el papel transformador de los sindicatos, en su grado de institucionalización y burocratización va a influir el tipo de vinculación de la juventud al mercado de trabajo y al movimiento sindical. Ello podrá redundar en un rejuvenecimiento y regeneración del sindicalismo. Pero, la expresión del descontento socioeconómico se puede expresar de otras formas diferentes, la base obrera se puede distanciar de los sindicatos y el movimiento sindical puede debilitar aún más su capacidad transformadora. En este contexto los problemas de la institucionalización de los sindicatos y el papel de la burocracia sindical aparecen como problemas insuficientemente estudiados y que hay que tratar con rigor teórico. El futuro está abierto y el sindicalismo en una encrucijada histórica. 

6) Resumen y conclusión

Para finalizar, expongo a modo de esquema los límites de los sindicatos y los problemas a abordar, para un nuevo enfoque sobre el papel del movimiento sindical:

·     Dependencia del crecimiento económico y del mercado de trabajo. Sus ideas sobre la competitividad y flexibilidad y la dificultad de la conquista de reformas.

·     La visión nacional y la disminución del papel del Estado ante la globalización.

·     La mayor función de la burocracia y el papel de los aparatos sindicales en contraposición del dinamismo de la base, la participación y democracia, que requieren unas medidas y una cultura específica.

·     La base social de adultos estables, con la dificultad para el arraigo entre la gente precaria, en particular, contando con la precarización y la socialización laboral de la juventud y su expresión asociativa.

·     La fragmentación de la acción colectiva y la crisis de valores de la izquierda social.

·     La ausencia de movimientos de transformación social, y la pérdida de referencias globales, debiéndose aprovechar los diversos conflictos y contradicciones sociales.

·     La debilidad de la dinámica renovadora y regeneradora y el relativo poco papel de las élites más criticas.

 

Por último, una conclusión: los problemas de la burocracia y la conformación de las élites deben resolverse a través de medidas especificas -organizativas, éticas, de arraigo y base social, de cultura y diversidad de problemáticas, etc., y contando con el conjunto de retos y tareas colectivas de la transformación social en este cambio de siglo.

[1] Aparte de los libros citados posteriormente, los más significativos para una perspectiva histórica de este tema, son los de Richard HYMAN, Marxismo y sociología del sindicalismo, México 1978 (1971), ERA, y  Relaciones industriales. Una introducción marxista, Barcelona 1975, H. Blume Ediciones, así como el del Eugenio del Río, La clase obrera en Marx, Madrid 1986, Talasa.

[2] Por ejemplo, los sindicatos franceses permanecieron en la ilegalidad hasta 1884, y los alemanes fueron legalizados en 1890. En el caso de la afiliación existe desde el 80% de la población activa en Suecia o Finlandia, hasta entre el 10% y el 30% en Francia, España o Estados Unidos. Con relación a la burocracia sindical, se puede citar que en la primera década de este siglo el sindicalismo británico ya contaba con unos mil funcionarios y hoy tiene unos tres mil.

[3] Es el lenguaje de entonces. Hoy día los partidos de izquierda ya no se considerarán obreros sino interclasistas e intentarán representar e integrar a las clases medias. En el caso del sindicalismo también se encuadrarán en algunos sindicatos corporativos sectores de las élites asalariadas.

[4] Análisis pioneros fueron los de Robert Michels, ‘Los partidos políticos’ (1912)Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1979, y Max Weber en ‘El trabajo intelectual como profesión’ (1919), Ed. Bruguera, 1983

[5] Se puede citar también a Pannekoek que defiende, al igual que el primer Gramsci, los consejos frente a los sindicatos, en ‘Los consejos obreros y la cuestión sindical’ Ed. Castellote, 1977. Con respecto al idealismo del papel de la clase obrera tienen similitud los planteamientos 'consejistas', los comunistas sobre los 'soviets' y los anarquistas sobre el ‘asambleísmo’. Por otra parte la tradición anarquista, con particular radicalidad en la Guerra Civil española, también pone más el acento en la propia autonomía sindical y la separación del Estado e incluso de las organizaciones políticas comunistas o socialistas. Las corrientes anarquistas tenían bastante influencia hasta primeros de siglo, aunque habían iniciado su declive. Esta corriente tiene una particular posición en estos debates, pero solamente se va a tratar aquí de forma muy colateral. En el Estado español tuvieron mucha importancia hasta la guerra civil. Se puede ver el libro de Manuel Tuñón de Lara ‘El Movimiento Obrero en la historia de España’ Editorial Sarpe 1985 (dos tomos). Hay que recordar también que para Trotsky, la dualidad de poder en la fábrica, el llamado ‘control obrero’ puede preceder considerablemente a la dualidad de poderes políticos en un país determinado.

[6] Entre varias de las obras de E.P. Thompson se puede destacar su libro básico ‘La formación histórica de la clase obrera’ (1963) Ed. Laia 1977 en tres tomos, y el último publicado ‘Costumbres en común’ (1991). Ed. Crítica 1995. Suponen un estudio profundo y multilateral del papel de las tradiciones culturales y la experiencia popular en la conformación de la identidad obrera en la Inglaterra del XVIII y comienzos del XIX. Aquí se ha tenido en cuenta sus ideas polémicas frente al estructuralismo de Althusser (en ‘Miseria de la teoría’) y la contestación de P. Anderson ‘Teoría, política e Historia (Un debate con E.P. Thompson)’ (1980) Ed. Siglo XXI 1985.

[7] Hyman acepta la importancia de las reivindicaciones transitorias, recogiendo también expresamente las posiciones de Hobsbawn de reivindicaciones inalcanzables que chocan con la capacidad del sistema. Con respecto a ello, creo que la 'oposición del sistema a la demanda justa', no siempre genera descontento general y conciencia política radical y progresiva. Puede haber una modificación de la 'demanda', o una derrota o simplemente un descontento parcial o incluso llegar a la impotencia. La evolución por tanto no es determinista, sino muy compleja y variada en sus causas y condiciones concretas.

[8] Retomo aquí algunas ideas sugerentes de Hyman.

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