Sociólogo y politólogo. Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid (2003/2022)
Dossier nº 6
LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL MARCO DE LA CRISIS DEL ESTADO DE BIENESTAR
ANTONIO ANTÓN
Madrid, octubre de 1995
Índice
1º LA LUCHA CONTRA LA DESIGUALDAD Y LA POBREZA
* Introducción
* Algunas características de la desigualdad y la pobreza:
- La dualización y la segmentación de la sociedad.
- Ricos y pobres son dos caras de la misma moneda.
- No se dan igual entre los diferentes sectores.
* Los conceptos de pobreza, exclusión y marginación.
* Integración social y ciencias sociales:
- El concepto de integración social.
- La falta de credibilidad de las ciencias sociales.
- La crisis del trabajo social.
- Diversas políticas de integración.
* La nueva importancia de la lucha contra la pobreza.
* El salario social y la experiencia francesa.
2º REFLEXIONES SOBRE LA LUCHA CONTRA LA EXCLUSIÓN
* Diferencias entre las RMI (francesas) y el IMI (madrileño)
* Límites para su función de integración social.
* Las restricciones presupuestarias del gasto social.
* El empleo como mecanismo de integración social.
* El reparto del trabajo.
* El salario social universal.
* Problemas de los trabajadores y trabajadoras sociales.
* Efectos contradictorios de las mejoras sociales.
* El objetivo no es la integración en este marco dominante.
3º LA CRISIS DEL ESTADO DE BIENESTAR
* La política económica y la convergencia europea.
* Los rasgos más visibles y el empobrecimiento del SUR.
* Algunas características del Estado de Bienestar.
* El componente económico y el social.
* Causas de la crisis del Estado de Bienestar:
- Las bases del crecimiento económico con pleno empleo se rompen.
- El relativo consenso político y social se resquebraja.
- Las nuevas dinámicas económicas internacionales.
* Una nueva actitud y perspectiva.
LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL MARCO DE
LA CRISIS DEL ESTADO DE BIENESTAR
1º LA LUCHA CONTRA LA DESIGUALDAD Y LA POBREZA
* Introducción.
En primer lugar, voy a mencionar algunos rasgos generales de la lucha contra la desigualdad y pobreza y algunos conceptos como integración social, exclusión o marginación. En segundo lugar, unas reflexiones sobre algunos mecanismos de lucha contra la pobreza. Por último, voy a plantear el marco general en que se sitúan estos problemas en las sociedades occidentales hoy y por tanto la crisis del Estado de Bienestar y del conjunto de las políticas sociales diseñadas en estos últimos 50 años.
* Algunas características de la desigualdad y la pobreza.
El aumento de la desigualdad, el crecimiento de la pobreza afecta ya a amplios sectores sociales y está lejos de ser un problema marginal. La crisis económica y las políticas neoliberales están generando un alto porcentaje de paro, estancado en más de un 20% de la población activa. La precarización en el empleo y el recorte de las prestaciones sociales generan un mayor empobrecimiento de capas cada vez más amplias. En la Unión Europea ya hay unos 55 millones de pobres, de los que unos 10 millones son del Estado Español.
Los fenómenos de la dualización y la segmentación de la sociedad se ven cada vez más claramente. La situación de relativo pleno empleo, estabilidad laboral y social del grueso de las clases trabajadoras y la existencia de una cierta seguridad ante los diversos riesgos de enfermedad, vejez etc. ha dejado paso a una situación de empobrecimiento masivo y de marginación social. Por tanto no estamos tratando de un tema marginal o a extinguir en las sociedades capitalistas occidentales, sino de un fenómeno amplio que tiene repercusiones para el conjunto de las capas populares.
Ricos y pobres son dos caras de la misma moneda. La pobreza es un concepto relativo en relación a la media de la renta de la población. Por tanto el problema es que la riqueza se va concentrando en la cúspide de la pirámide social, junto a un sector de clases medias con sus beneficios y privilegios en ascenso. Mientras por abajo se da un deterioro de las condiciones económicas y sociales de la mayoría de la población trabajadora.
En el marco del Estado de Bienestar, el mecanismo de integración social principal venía por el empleo, es decir por el salario ( o las prestaciones consiguientes) y las condiciones económicas y de status derivadas. Los otros mecanismos, como la familia, la escuela, los servicios sociales y asistenciales, la propia cultura, la comunidad nacional, la institucionalización democrática, etc. cumplían también un papel fundamental en la integración social, en la conciencia de pertenencia a una misma sociedad. La crisis del Estado de Bienestar supone una gran transformación de todos estos mecanismos que ya no pueden cumplir la misma función de vertebración social.
También hay que considerar que estos fenómenos no se dan por igual entre los diferentes sectores sociales, lo que afianza la división y la disgregación social y se generan diversos niveles de precarización, marginación y exclusión social. El progresivo recorte de las prestaciones por desempleo, los planes de recorte de las pensiones, avalados por el Pacto de Toledo, el deterioro de la sanidad, de los servicios públicos y de la vivienda hacen recaer más sus consecuencias en la población más empobrecida por su situación en el mercado laboral.
Los jóvenes en búsqueda de su primer empleo o con una contratación precaria, los pensionistas que componen la mitad de los pobres, con un predominio de las mujeres en uno y otro colectivo, además de otras mujeres que, dado su nuevo papel en la familia y su precaria integración en el mercado laboral, se sitúan en claros niveles de pobreza, por lo que podemos hablar del rostro femenino de esta. Incluso comportamientos diferentes a los impuestos por las normas mayoritarias, según la cultura, la opción sexual o diversas particularidades son fruto de marginación o exclusión. Podemos citar más específicamente la ampliación de la marginación social en colectivos como la población gitana y los inmigrantes, o en ámbitos como la drogadicción, el sida, la delincuencia o la prostitución.
Para la lucha contra la marginación y la desigualdad, no podemos contentarnos con repetir las recetas keynesianas, en la espera de un crecimiento económico, que haga de un hipotético aumento del empleo el elemento central de lucha contra la pobreza. Sería caer en la trampa del neoliberalismo de confiar en una economía, que va por otro lado. Así se desplazaría nuestra responsabilidad en la lucha contra la desigualdad y nos llevaría a mantener una actitud pasiva ante esta grave situación.
Por otra parte hay que ser conscientes, ante la envergadura de estos grandes problemas, del papel limitado de algunos mecanismos y políticas puestos últimamente en marcha, como la formación ocupacional, los programas de rentas mínimas de inserción o diferentes servicios informativos o asistenciales, etc. Su función principal suele ser la de embellecer ante la sociedad la preocupación de las instituciones publicas en la lucha contra el paro y la precariedad, cuando al mismo tiempo, son sus principales responsables y aplican o apoyan las políticas económicas neoliberales. Sin embargo, vamos a profundizar en algunos aspectos concretos.
* Los conceptos de pobreza, exclusión y marginación
En primer lugar, el concepto pobreza hay que definirlo en términos relativos, es decir en relación al nivel medio de la sociedad en cada momento. Ahora estamos hablando de sociedades occidentales. El criterio europeo más aceptado es el de considerar pobre a la persona que no dispone del 50% de la renta media del país. En el caso del Estado Español la renta media per-cápita ronda las 85.000 ptas. mensuales, con lo que pobre es una persona con menos de 47.500,- ptas. y pobre severo cuando no llega al 25%, es decir a 23.750,- ptas. Por tanto no hablamos de mendigos o de una cosa marginal, sino de una realidad más amplia, incluyendo a la pobreza moderada. En este caso serían unas medidas que deben afectar a más del 25% de la población de forma estable o estructural (en el Estado Español en torno a 10 millones de pobres).
En segundo lugar está el nivel de exclusión social. El problema es si consideramos solamente a las personas que no participan en el conjunto de la sociedad, o a todas las personas que están excluidas también en algún aspecto o faceta determinada. El asunto tiene su importancia, ya que si tenemos una concepción restringida de la exclusión social, y definimos el trabajo social como la acción específica a este sector, sigue vigente el gran problema de la acción con respecto al conjunto de la gente pobre y marginada. Estamos por tanto en la tensión entre un universalismo más general y la prioridad a los sectores más excluidos con servicios sociales específicos. Esta cuestión es resoluble si no encubre la ausencia de recursos y la falta de responsabilidad del Estado con respecto al conjunto de la población.
En tercer lugar los niveles de marginación por aspectos culturales, étnicos, nacionales, de género, de opción sexual, etc. y que pueden coincidir o no con otros rasgos. En este campo aparecen un montón de problemas y la necesidad de modificar las pautas de comportamiento dominantes y los valores culturales, sexuales y éticos dominantes. Implica un replanteamiento de los conceptos de inadaptación o conducta desviada y las alternativas de normalización, y mas en general las propias pautas culturales de la civilización occidental.
Por tanto cuando se habla de la lucha contra la pobreza, la exclusión y la marginación pueden variar mucho las dimensiones del personal afectado y las implicaciones presupuestarias, sociales y culturales. Es decir, se suele hablar de cosas muy diferentes, incluso con enfoques políticos y teóricos contrapuestos.
* Integración social y ciencias sociales.
En primer lugar, sobre el concepto "integración social" planteado como el objetivo de las políticas y del trabajo social. Este concepto ya es problemático, y hace referencia a un conjunto de valores culturales, status socioeconómico, sistema social, valoración de la civilización occidental, etc. que hay que cuestionar. Por otra parte en las dinámicas de marginación y exclusión social, influyen diversos aspectos culturales, nacionales, de ciudadanía, étnicos y lingüísticos, de género, de opción sexual, etc. Los mecanismos tradicionales de integración ( o socialización, o normalización) a través de la familia, la escuela, la nación o el trabajo están en crisis y transformación. Los más nuevos, como, el consumo masivo o la propaganda de "masas" también son problemáticos.
En segundo lugar la crisis y falta de credibilidad de la propias ciencias sociales y en especial su supuesto carácter científico, para definir las políticas sociales a plantear. La propia imagen de neutralidad o de metodología profesional e independiente está presentando sus limitaciones. La tradición de la sociología y también del marxismo, han solido priorizar los aspectos económicos tanto en los análisis sociales como en los objetivos. Así el objetivo del empleo se sigue considerando el elemento central de la integración social, cuando el paro es masivo y estructural. Las clases sociales han variado su composición. La clase obrera está segmentada y dividida y aparece una nueva realidad de desigualdad y pobreza. Como se sabe, el Estado de bienestar, con todos sus mecanismos de cohesión y vertebración social está en crisis y la asistencia social como parte de él también está en crisis y retroceso. No tenemos muchos soportes teóricos claros, ante una realidad cada vez más amplia. El conjunto de las ciencias sociales y de la sociología en particular, apenas ha empezado a replantearse las bases teóricas para comprender y definir líneas de actuación antes esta nueva realidad social.
Dentro de este panorama general tiene una variada gama de problemas específicos la crisis del papel de los propios trabajadores y trabajadoras sociales. Lo dominante ha sido la educación teórica y práctica, en un ambiente de avance del Estado de Bienestar y ahora se da una gran perplejidad ante las nuevas realidades y funciones a realizar. Citar igualmente las dificultades profesionales y la inestabilidad laboral que hoy se agudizan por el retroceso del gasto social y la ampliación de los problemas sociales. La complejidad teórica es grande, la experiencia e investigación limitada, los planos muy diversos, muchos problemas son nuevos y los enfoques viejos obsoletos. Sólo desde un pensamiento critico y abierto y una conexión directa con las nuevas realidades se podrá avanzar en este campo, aunque la concreción y especialización pueda ser muy diversa.
Por ultimo señalar la diferencia de las diversas políticas de integración. De forma concreta a veces se queda en una aportación monetaria. Otras se acompaña de algunas medidas o contratos de contraprestación de formación, empleo o inserción socioeconómica. Algunos establecen una relación jerárquica e individualizada, y otros tienen una dinámica más participativa y comunitaria. Y, en fin, otras establecen programas de actuación en diversos campos familiares, sanitarios, culturales, etc. desde diversos organismos, que suelen estar descoordinados. Pero ahora nos vamos a detener en la experiencia de los Salarios sociales como elemento central de los Servicios Sociales y por su novedad y generalización en esta década de los 90.
* La nueva importancia de la lucha contra la pobreza.
Desde los primeros años de la década de los 80, se va planteando en Europa, con un nuevo enfoque, el debate sobre la integración social y la utilización de nuevos mecanismos para conseguirlo. Se parte de la generalización de una nueva realidad social, tras la crisis económica de los 70, con un amplio sector en paro y con una gran franja de pobreza, con dinámicas de desestructuración social, exclusión y marginación. No nos vamos a detener en los antecedentes tanto de la situación social como de las diversas políticas aplicadas antes de la II Guerra Mundial. Durante los 50, 60 y parte de los 70, se da una situación de relativo pleno empleo, con la integración a través del trabajo, y los avances del Estado de Bienestar.
Debemos hacer la salvedad del caso español, donde el Estado del Bienestar es bastante raquítico, muy reciente al empezar, prácticamente, en los 70, ha habido una fuerte emigración interna y externa, una frágil economía, y a finales de los 70 y en los 80, cuando estas dinámicas se bloquean y empiezan a entrar en crisis, los efectos son más amplios y los mecanismos de integración más débiles.
En este contexto se producen los nuevos debates sobre las Rentas o Ingresos "Mínimos" de Integración o Inserción (o Ingreso o Salario Social "Universal"). Esta diversidad de denominaciones indica diversos acentos en algunas características y objetivos de estos nuevos planes puestos en marcha ante el mantenimiento en Europa en los años 80 de grandes bolsas de paro y pobreza.
Se empieza a sistematizar estos problemas en la Conferencia Internacional de Lovaina (Bélgica) en 1986, y a partir de ahí se comienza a generalizar algunas medidas institucionales contra la pobreza y exclusión. En Francia se aplica un Plan amplio desde 1989, que luego analizamos. También se establecen este sistema en Holanda y Bélgica. Por parte de la Unión Europea, ya en 1994, se publica un Informe sobre la protección social en Europa, con la pretensión de establecer objetivos comunes para los Estados miembros. Por otra parte señalar que en estos últimos años, con el Plan Delors, y la construcción de la llamada Europa Social se está generalizando el discurso de todas las instituciones políticas de la prioridad de la lucha contra el paro y la pobreza.
En el Estado español, se empieza en la Comunidad Vasca en el 89, y luego se va generalizando por casi todas las Comunidades Autónomas. En general, nos encontramos con unos planes muy limitados de los poderes públicos, pero que se suelen presentar con un discurso embellecido de sus efectos para la lucha contra la pobreza y la exclusión. Ante la situación de malestar y los riesgos de cierta disgregación los planes de los Gobiernos europeos se han lanzado a una gran campaña de legitimación del orden social vigente. Por una parte la economía capitalista hace estragos, pero ellos se desresponsabilizan considerándola como una cosa natural y por otra lado los Estados pretenden dar la imagen de una gran preocupación social.
* El salario social y la experiencia francesa.
La experiencia francesa de la implantación de RMI (Rentas Mínimas de Inserción) durante los años 1989 al 92 es de las primeras y más amplias. Una gran parte de los problemas teóricos y prácticos se han ido reproduciendo y aplicando aquí, en general de forma parcial. Se pueden entresacar algunos aspectos del Informe realizado por la Comisión Nacional (francesa) de Evaluación del RMI. Como se sabe, el Gobierno de la derecha de Balladur anuló este programa en el 93 y en la reciente victoria electoral, la misma derecha con Chirac, demagógicamente, ha hecho de la batalla de la lucha contra el paro y la desigualdad un tema central y ha vuelto a resucitar nuevamente estos programas:
- Según ese Informe, el RMI ha constituido un avance social y jurídico innegable al dar, en el curso de estos tres años, el derecho a condiciones adecuadas de existencia a 950.000 personas, es decir, cerca de 2 millones contando beneficiarios indirectos.
- Ha conseguido efectivamente asegurar a los perceptores una cierta seguridad material y una mejora de sus condiciones de vida.
- Por contra en cuanto a dispositivo de inserción ha suscitado una dinámica insuficiente en relación con las esperanzas que había despertado entre los beneficiarios.
- El nuevo dispositivo no ha llegado principalmente a las poblaciones en las que se pensaba en un principio, es decir a las que viven en el cuarto mundo y poblaciones marginalizadas. Afecta sobre todo a mujeres solas y jóvenes.
- Las dificultades en el acceso al empleo y por tanto a la inserción socioeconómica son bastante insuperables y la lógica del mercado de trabajo determina que se reintegren por esta vía los que ya que están en mejores condiciones. La propia tendencia hace separar la dinámica de formación ocupacional y apoyo a la búsqueda de empleo a los sectores menos marginados seleccionando a los más "competitivos", y una dinámica sin perspectivas de integración socioeconómica, tímidamente asistencial y que mantiene la bolsa de la exclusión social.
2º ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA LUCHA CONTRA LA EXCLUSIÓN
* En primer lugar destacar las diferencias sustanciales de las dimensiones del IMI (madrileño y en general de todas las comunidades autónomas), y del RMI francés. Desde esa comparación los IMI tienen una función muy marginal para la lucha contra la pobreza y la marginación. En el caso español los IMI han afectado a unas 70.000 personas. No llega al 2% de la población pobre. Desde una perspectiva más unificadora de las prestaciones sociales (subsidios de desempleo) y pensiones (contributivas bajas y no contributivas), nos encontraríamos con un mecanismo algo más amplio de prestaciones económicas. Por tanto desde un punto de vista global es un instrumento muy limitado. Otra cosa es la experiencia directa que reporta, la ligazón con una serie de problemas, gente profesional y tipo de personas "imistas", etc. y todo el conjunto de problemas prácticos, de orientación, y teóricos que asoman desde esta actividad. El problema se plantea cuando se presenta, de forma embellecida como instrumento fundamental para la lucha contra la pobreza y la exclusión, con una función de propaganda legitimadora de las instituciones públicas y de excusa ante el agravamiento del empobrecimiento masivo de amplios sectores sociales.
* Un segundo problema sustancial, al igual que en Francia son los límites cualitativos para su supuesta función de integración social. Además de las advertencias planteadas antes sobre este concepto, se reconoce las dificultades para la inserción en el mercado de trabajo. La crisis y las condiciones económicas futuras no anuncian una mejoría de este aspecto. En este sentido hay que replantearse la tradicional orientación general de fondo de conseguir un empleo como instrumento de integración social. Se vuelca en este aspecto casi todo. La función sería mejorar las condiciones personales y profesionales en relación al mercado de trabajo. Con esa dinámica, como también se dice, se tiende a volcarse en los sectores más rentables a corto plazo en su incorporación al mercado de trabajo. Se desplaza la atención de la clásica asistencia social sin contrapartidas y guiada por las necesidades de cada sector y persona, para centrarse en el personal más rentable y competitivo para esta nueva función.
* En tercer lugar destacar, las restricciones presupuestarias para el gasto social y en particular para las prestaciones sociales y las pensiones. Citar aquí solamente el aspecto de que las restricciones presupuestarias para las prestaciones sociales asistenciales se pretenden justificar haciendo incapié en los esfuerzos personales, tanto de los profesionales de los servicios sociales como de las propias personas para los proyectos de integración con el argumento progresista de "mejor enseñar a pescar que dar peces". Igualmente en la otra faceta de la lucha contra el paro vinculadas al INEM se intentan ampliar algo los presupuestos de unos 65.000 millones para las llamadas políticas activas de empleo sobre todo a través de la formación ocupacional y el autoempleo, pero se reduce, como efecto del Decretazo del 92 y de la Contrarreforma Laboral, las prestaciones y subsidios por desempleo en cerca de medio billón con el mismo argumento de que lo importante es prepararse para un nuevo empleo, es decir aprender a pescar. Si comparamos esta disminución con lo que se dedica al salario social que supone unos 30.000 millones, nos encontramos con que su partida presupuestaria es una ridiculez.
Por tanto se suele plantear, la contradicción entre la necesidad de una buena cobertura asistencial y económica por una parte y una dinámica de integración socioeconómica y de empleo, por otra, como excluyentes. Incluso, a veces, se extreman las criticas a la tradición asistencialista, por ejemplo de la Iglesia, o el quedarse solamente en las contribuciones económicas para priorizar los proyectos de integración y promoción de empleo, cuando hay grandes necesidades y deficiencias en ambos campos.
El asunto está, en que hay 10 millones de pobres, la mitad de ellos pensionistas, pero cada vez más entre la juventud y que siguen esperando una mejoría socio-económica. Por otro lado tenemos unos 4 millones de parados y cerca del 40% de personas con empleo están en precario, y todo ello sin expectativas de mejorar a través del trabajo. Por tanto, aunque en un sentido abstracto es importante ayudar a los procesos de integración social, a través de una participación personal más activa, hay que asegurar la asistencia social y las prestaciones económicas de forma independiente a los contratos de inserción, planteados siempre de forma voluntaria. Si no, los contratos de inserción se convierten en una barrera, y la exigencia de "integrarse" es un pretexto para no responsabilizarse de una grave y amplia situación de pobreza. Por otra parte los programas de formación ocupacional, solo sirven, en su gran mayoría, para mantener a una gran bolsa de gente parada con una expectativa que suele acabar en nuevas frustraciones.
* En cuarto lugar el empleo como elemento de integración social. El pleno empleo como objetivo social a conseguir, está subyacente en los planes de lucha contra la pobreza. Sin embargo el proceso económico, en las sociedades occidentales, va a mantener una alta tasa de paro, y la dinámica neoliberal va a agudizar la pobreza y el aumento de la desigualdad social. En estas décadas los servicios sociales, la asistencia y la protección social se contemplaba como una faceta secundaria y complementaria al empleo como mecanismo socio-económico central. Al entrar en crisis el modelo de pleno empleo acelera la crisis de estos mecanismos sociales de integración.
* También conviene recordar las discusiones y debates sobre el reparto del trabajo. Sobre la base de considerar el empleo el elemento principal para la integración social, y admitiendo la dificultad para generar empleo se plantea el reparto de éste como elemento de redistribución e igualdad. Son muy interesantes algunos de los problemas puestos en cuestión con estos debates, aunque las tendencias dominantes no apunten por esa vía y los pasos dados son muy limitados.
* Otra perspectiva global diferente es plantear la exigencia del Ingreso Social (Renta o Salario) Universal. No es un asunto marginal, y afecta a casi un tercio de la población. Aunque no hay ni va a haber suficiente empleo, (por motivos económicos y ecológicos), en Occidente hay suficiente recursos económicos y productivos para garantizar unas rentas mínimas para cubrir las necesidades básicas de la población. Estamos hablando de un subsidio de carácter universal y atendiendo a las necesidades sociales. Sería un salario unificador y generizador de otros actuales como el subsidio de desempleo, las pensiones no contributivas o las propias rentas mínimas actuales. Es una cuestión de reforzar los derechos subjetivos. Es utópico, pero justo y por tanto un enfoque a mantener como exigencia ética y de transformación social.
* Otro de los problemas importantes es las características y problemas de los propios trabajadores y trabajadoras sociales ya aludidas anteriormente. Con los IMI y los servicios sociales, nos desplazamos al trabajo pagado y desde las instituciones. Hay un problema de mejorar las propias condiciones laborales de estos profesionales. Pero por otro lado está el trabajo voluntario de algunos de ellos y en general los limites del voluntariado en este campo, dada el poco dinamismo actual y la necesidad de ciertos conocimientos especializados. De forma crítica podemos mencionar algunas dinámicas negativas entre estos profesionales. Con su poder institucional o económico (de decidir sobre una prestación o un contrato de inserción), suele aparecer un problema de desigualdad con la gente necesitada, una inercia burocrática y prepotente, desprecio por el trabajo colectivo, o la prevención o falta generación de iniciativas o dinámicas asociativas fuera de su control.
* Los avances en la mejora de las prestaciones sociales y la integración en el empleo y el consumo, también tienen efectos contradictorios. Vemos las dinámicas de estabilización y consenso social que las reformas económicas y sociales y el propio Estado de Bienestar han tenido. También su funcionalidad económica para el capitalismo. Por otro lado es un aspecto de conquista social y resultado de la presión social. Es positiva la mejora de las condiciones económicas, de vida y los derechos colectivos de la gente, en especial de la gente pobre. Pero hay que cuestionar la cultura del trabajo y muchas pautas de consumo individual y de despilfarro de los recursos medio-ambientales. Hay que rechazar la pobreza, pero hay que ser conscientes de que el mantenimiento de esa realidad puede desencadenar fenómenos diversos, entre ellos, una mayor o menor deslegitimación y crisis social.
* El objetivo fundamental tampoco es la "integración" a este marco socio-económico y cultural dominante. Convivimos en él, pero la orientación del trabajo social debería de ir por otro camino. Hay que ayudar a la gente y a que mejoren sus condiciones sociales. Pero también a generar experiencia asociativa y conciencia social, forjar lazos más solidarios con estos sectores sociales, unas relaciones sociales menos competitivas. A estimular la participación y apoyo entre la gente empobrecida, favoreciendo la experiencia comunitaria. Estamos pues ante la perspectiva de generar una nueva sociabilidad, una nueva vertebración social, una integración en una dinámica social diferente y alternativa. Es una situación de tensión y de cierto conflicto permanente. Pero hay que resistir a las tendencias uniformizadoras y normalizadoras, generando unas nuevas relaciones sociales, un nuevo tipo de personas.
3º LA CRISIS DEL ESTADO DE BIENESTAR
* La política económica y la convergencia europea.
Los acuerdos de Maastrich y el proyecto de construcción de la Unidad Europea, están inscritos en una dinámica de competitividad, de desregulación de la economía y de reducción del gasto social, mientras se produce un espectacular crecimiento del dualismo social. A pesar de toda la propaganda sobre la creación del empleo o la supuesta preocupación por la disgregación social, lo cierto es que la perspectiva inmediata abunda hacia el aumento de la competencia internacional, el avance del desmantelamiento de parcelas del Estado de Bienestar, a la quiebra de la solidaridad interna entre las diferentes capas sociales y de la cohesión de las sociedades europeas.
Por otra parte se generalizan el empobrecimiento del SUR, los conflictos nacionales y étnicos y los desequilibrios ecológicos. También se refuerza el autoritarismo y fenómenos como el racismo y la xenofobia. Igualmente, se fortalece el papel subordinado de las mujeres, haciendo recaer sobre la familia la responsabilidad de frenar el deterioro económico y la desvertebración social, al mismo tiempo que se feminiza la pobreza.
El comienzo de la crisis del Estado de Bienestar se remonta a los años 70, se amplia en los 80, y que ahora en los 90 lejos de atenuarse, se acentúa. Los rasgos más visibles son el aumento del paro y el mantenimiento de un alto volumen de desempleo, el alto crecimiento del empleo precario, el recorte o estancamiento del gasto social y de las prestaciones y derechos sociales. Todo ello supone un aumento sustancial de la desigualdad social, de la segmentación y dualización social, del aumento de amplias bolsas de pobreza y nuevas dinámicas de marginación y exclusión social.
* Algunas características del Estado de Bienestar.
El Estado de bienestar, como proceso de reformas sociales y económicas, es una respuesta a la grave crisis europea de los años 30, seguida por la IIª guerra mundial y la consolidación del "socialismo real" en el Este. Buscaba unos objetivos: hacer a la economía capitalista más productiva y armoniosa, asegurar la estabilidad y la cohesión social y fortalecer el sentimiento de solidaridad y de comunidad nacional. Todo ello con un amplio consenso político y con un alto grado de legitimación social del sistema.
El componente principal del Estado de Bienestar es el económico, regido por las políticas keynesianas de mayor intervencionismo publico, para asegurar un crecimiento económico estable y mantener el objetivo de pleno empleo. El componente social, está subordinado al anterior. Se trata de dar cobertura universal a la población de una serie de prestaciones (sanidad, educación, pensiones, servicios sociales,...), extendiendo el derecho a la ciudadanía social y proporcionando cierto bienestar social especialmente en las sociedades europeas. Por otra parte en el Estado de Bienestar se aumentaron el poder adquisitivo y las mejoras económicas y sociales y por otro lado no ha habido un significativa disminución de la desigualdad social o de la redistribución de la renta que se consideran dos grandes logros. Es decir, ha habido una redistribución horizontal dentro de las clases trabajadoras, y no una redistribución vertical con las otras clases sociales. Y no hay que olvidar el caso específico del Estado español en que tenemos un mini Estado de Bienestar, conseguido de forma tardía y raquítica.
* Algunas causas de la crisis del Estado de Bienestar.
Paralelamente a la crisis económica mundial de mediados de los 70, y como su expresión más significativa, aparece la crisis del Estado de bienestar. Las bases del crecimiento económico con casi pleno empleo se rompen, así como el relativo consenso político y social. Esta pérdida de legitimidad se acentúa ante la pérdida de confianza de la capacidad de intervención del Estado y de las políticas sociales, de la constatación de la persistencia de grandes desigualdades sociales y de la pérdida de ilusiones en el "socialismo del bienestar" y el hundimiento del "socialismo real". Las políticas neoliberales sustituyen a las keynesianas y se refuerza la nueva ideología neoliberal de subordinarlo todo a la economía, regida por la mano invisible del mercado.
La crisis del Estado de Bienestar se refuerza también con una serie de dinámicas económicas internacionales (competencia cada vez más fuerte, creciente inestabilidad de las relaciones económicas y monetarias, estancamiento del mercado mundial...) que mantienen a la economía, básicamente, en el estancamiento, aunque se sucedan pequeñas recesiones y recuperaciones. Incluso una relativa recuperación económica no repercutiría en el aumento del empleo, dadas las profundas transformaciones productivas y tecnológicas. Todo ello hace que las políticas económicas se trasladen a la económica de oferta, es decir a la mejora de la competitivdad en el mercado internacional, y por otra parte, que se consoliden la contención o reducción de los gastos laborales y sociales. No valen las recetas keynesianas de unas políticas expansivas inexistentes, o de un crecimiento con empleo. Por tanto las bases en que se construyeron en Europa los Estados de Bienestar han cambiado profundamente, y estamos en presencia de grandes transformaciones políticas, económicas y sociales a las que hay que hacer frente con otras perspectivas y con nuevas energías sociales.
* Una nueva actitud y perspectiva.
La crisis ideológica y la segmentación social debilitan la capacidad de transformación y resistencia social de las fuerzas de izquierda y de los movimientos sociales y populares. Sin embargo esta situación pone de manifiesto de forma más clara las miserias y lacras del capitalismo, su pérdida de legitimidad y facilita la necesaria critica al mismo. El aumento de la pobreza y la marginación puede facilitar la aparición de nuevos factores de descontento y malestar, de nuevas energías y fuerzas de lucha anticapitalistas. Ante estas difíciles perspectivas debemos combinar diferentes actitudes. La lucha contra la pobreza y la desigualdad debe avanzar de forma concreta apoyando la mejora de la situación de estas capas, aumentando el grado de vinculación social con los sectores más precarizados, y estimulando su participación y agrupación. Pero al mismo tiempo debemos desarrollar una posición crítica y radical e impulsar una respuesta global con una perspectiva de transformación del conjunto de las relaciones económicas y sociales. Solo así podrá avanzar en una de las tradiciones de los movimientos progresistas desde la Revolución Francesa, como es la lucha por la igualdad social y renovarla para este nuevo siglo XXI.
Madrid, octubre de 1995