Sociólogo y politólogo.  Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid (2003/2022)

Identidad y expresión sindical de los jóvenes

Identidad y expresión sindical de los jóvenes

Antonio Antón

(Ponencia en la Escuela de Jóvenes de CCOO de Madrid, noviembre de 2003, publicada por CCOO)

En primer lugar, voy a exponer, desde un punto de vista sociológico, las características y dificultades principales de la incorporación de los jóvenes a las estructuras sindicales y a la acción colectiva. En segundo lugar, voy a hacer referencia a las tendencias sociales y culturales que influyen en los jóvenes y que constituyen el contexto donde se expresan sus identidades y sus vínculos con la población trabajadora adulta y el movimiento sindical.

El reflejo sindical de los cambios generacionales en el mercado laboral

El movimiento sindical, aun en un contexto de fragilidad estructural, tiene todavía fuerza social, arraigo en algunos sectores, capacidad de liderazgo, y supone cierto freno ante el deterioro de las condiciones laborales o de los derechos sociales. La base afiliada fundamental sigue siendo masculina, adulta y de grandes y medianas empresas y del sector público. Sin embargo, hay que hacer algunas precisiones sobre algunos cambios en los diferentes niveles sindicales y laborales.

Tras el bloqueo del empleo en los años 80 -aunque con una pequeña expansión en las administraciones públicas-, en los 90 se han dado varias fases económicas expansivas que han permitido una incorporación masiva de varios millones de jóvenes al mercado laboral, que han modificado el panorama generacional en muchas empresas. Eso ya ha tenido un reflejo en la actividad sindical en los centros de trabajo, a través de la información, el asesoramiento y como cauce de representación de una parte importante de ese segmento juvenil, mayoritariamente precarizado. Pero lo significativo es que ya se ha traducido en una participación importante de gente joven en la estructura básica del sindicalismo, en las funciones de delegados y representantes sindicales. A continuación se expone una tabla con algunos datos generales  de la composición juvenil, recogidos de CCOO y que no están desagregados para el resto de sindicatos.

Delegadas y delegados sindicales jóvenes

(Datos de noviembre de 2003 – Fuente: CCOO, con elaboración propia[1])

Fecha 20/11/2003

Total delegados

Delegados jóvenes

% s / total

Del. Jóvenes de CCOO

% s / total de jóvenes

Confederal

273.696

40.414

14,76

20.476

50,67

Madrid

33.112

5.251

15,85

2.633

50,14

El grueso de las elecciones sindicales ha terminado y se pueden establecer valoraciones más precisas de este período, comparándolas con la trayectoria de los últimos 12 años –los tres periodos cuatrienales de elecciones sindicales-. El total de votantes ha sido 4.236.735 con una participación de cerca del 70% del total de electores. El primer aspecto a considerar es si hay algún desplazamiento de la orientación del voto juvenil en relación con la media. En algunas empresas grandes con fuerte composición juvenil sí se ha empezado a dar un desplazamiento a la izquierda del voto medio, por ejemplo, en empresas de tele-marketing, con varios miles de jóvenes y sin tradición sindical previa, aunque con un conflicto significativo como las huelgas del convenio del 2001; igualmente, ha ocurrido en algunas empresas de fuerte tradición obrera y de izquierdas. Sin embargo, es difícil de contrastar si en el ámbito general la participación sindical de la población juvenil y su expresión electoral supone un desplazamiento hacia la izquierda o una simple continuidad y reproducción de las tendencias sindicales y electorales actuales. Eso exigiría un muestreo más detallado para el que no hay datos estadísticos suficientes. En todo caso, es de destacar una mayor diferencia del porcentaje de jóvenes representantes de CCOO con relación a los representantes adultos, teniendo un porcentaje inferior de presencia juvenil en el conjunto de los otros sindicatos.

No obstante, de momento se pueden destacar tres aspectos sociológicos relevantes: La significativa presencia juvenil entre la representación sindical, las dificultades de acceso a las estructuras intermedias de los sindicatos y los choques y combinaciones intergeneracionales.

El primer dato relevante es la significativa presencia juvenil entre la representación sindical: hay mas de 40.000 delegados sindicales jóvenes (tabla 1), cerca del 15% del total, con datos de noviembre de 2003. Esta representación es inferior a la composición de edad, de la gente joven ocupada -en torno al 25%-, pero muy similar a la que trabaja de forma algo permanente; a ello habría que añadir que, en algunos sectores, hay  una participación significativa de la franja de edad intermedia -de 30 a 45 años-, socializada en los 80 ó primeros noventa. En 1998 había unos 36.000 delegados jóvenes, con un porcentaje similar al actual con respecto al conjunto. En estos cuatro años han aumentado en unos 4.000 delegados jóvenes, en relación con el período anterior -de 1995 a 1999-. Además hay que sumar la reposición de la cantidad de jóvenes que durante este tiempo han pasado a ser adultos. En el caso de CCOO, del único que se tienen datos desagregados, es de notar el superior porcentaje de delegados juveniles, en torno al 22%, con respecto al conjunto de sus delegados. En relación con la composición sectorial, aunque cada sector es muy heterogéneo, es significativa la presencia de representantes juveniles en comercio y hostelería y, por el contrario, la poca presencia en el conjunto del área pública; esto último ha sido debido, en gran parte, por la congelación de las plantillas en los últimos años y la creación de empleo en muchos servicios públicos privatizados.

El segundo dato significativo, es que los jóvenes, prácticamente, no han tenido acceso a las estructuras intermedias y superiores de los sindicatos, el soporte decisivo del movimiento sindical para la orientación general y que es más visible, desde el punto de vista mediático e institucional. La actual estructura media y alta está conformada por una élite obrera y de tradición de izquierda adulta, junto a una nueva élite donde predomina la ‘eficacia’ organizativa y negociadora. Una de las incógnitas a medio plazo es si la participación juvenil, además de consolidarse y ampliarse en las estructuras básicas de comités de empresa y delegados de personal, se incorpora a las estructuras intermedias y superiores de los sindicatos de forma relevante. O visto desde otro enfoque, la cuestión es si esa estructura intermedia y alta será capaz y en qué medida de hacer un hueco a esa representación de jóvenes. En ese sentido, se pueden dar dos dinámicas: una, dirigida desde arriba, de los dirigentes adultos, consistente en socializar, seleccionar e incorporar a la mayoría de esos representantes juveniles garantizando un recambio generacional gradual y controlado, que sirva para mantener cierta legitimidad de los sindicatos entre la gente joven sin cambiar mucho las estrategias sindicales dominantes; la otra dinámica es si entre una parte significativa de esos representantes juveniles se da un proceso de experiencia y liderazgo que pueda conformar una dinámica y un sistema organizativo más abiertos, flexibles y adaptados a las nuevas condiciones laborales, culturales y asociativas de la gente joven y precaria que conlleven una regeneración y una renovación del sindicalismo con una modificación de las actuales tendencias sindicales.

El tercer elemento, como punto de partida para las reflexiones que aquí nos interesan, son los resultados de esa combinación intergeneracional, las tensiones entre el choque de las mentalidades e intereses laborales de unos u otros segmentos, tanto en la base obrera como, especialmente, entre los representantes sindicales más activos. En el ámbito sindical el conflicto intergeneracional se da entre el continuismo o la renovación, ambos tanto en el plano cultural, con la dilución de cierta conciencia y cultura obreras junto a los cambios de mentalidad entre los jóvenes, como en el organizativo, entre dinámicas más jerarquizadas o más abiertas y participativas. En la primera opción están las fuertes inercias, las dificultades y falta de capacidad para la asimilación y adaptación del ‘mundo sindical’ adulto y estable, estructurado por la élite sindical más antigua y con sus intereses y su afirmación de mantenimiento en las estructuras.

Con respecto a la renovación organizativa, se empieza a tomar conciencia de su necesidad, de ampliar la capacidad de atracción y representación de la gente joven, aunque se quede muchas veces en lo retórico e instrumental, para conseguir otros objetivos de legitimación. Cada sindicato, cada corriente sindical pretende responder a ese atractivo electoral y de representación juvenil pero garantizando su hegemonía, con lo que se tiende a seleccionar a las personas jóvenes, según la lealtad a cada corriente, para asegurar la continuidad organizativa anterior. En todo caso, la presencia joven ya va siendo real y se atisba la necesidad de cierta flexibilidad, pragmatismo y cierta renovación de ideas y del sistema de representación, para posibilitar una mejor integración de personas jóvenes.

Los cambios culturales en el sindicalismo y el papel de la estructura sindical

Los cambios demográficos y generacionales, así como los cambios culturales y de mentalidad más amplios de esta época histórica están modificando, diferenciando y segmentando esa base social amplia del movimiento sindical. Esto último lleva a la reflexión sobre un cuarto aspecto: la dimensión de los cambios de las tendencias culturales de la población trabajadora que influyen en la función de la representación sindical. Más adelante abordo este tema.

Previamente, cito un aspecto particular a tener en cuenta: la separación entre ‘programa’, que todavía sirve de cierta legitimación, y acción reivindicativa, que cae en el pragmatismo, al perder la referencia de unos objetivos transformadores. Solamente menciono dos elementos. Uno, la pérdida de dinamismo de las estructuras de base que supone una disminución de la participación por abajo, de la preocupación por la unidad de acción frente a los poderes empresariales y tiende a desplazar la acción sindical hacia la actividad de información y una mayor centralización. El otro,  la generación, en ocasiones, de tensiones entre los diferentes sindicatos y dinámicas sectarias y competitivas, que chocan con la experiencia organizativa más abierta, inmediata y tolerante en que se han socializado los jóvenes. Por tanto, se generan dificultades para expresar y representar los diversos intereses en el seno de los diferentes segmentos de la clase obrera, en particular del sector precarizado joven. Todo ello, constituye otra dificultad para su integración sindical y trae efectos especialmente perversos hacia aquellos jóvenes con ausencia de una acción de base arraigada y solidaria.

La función de la representación sindical.

En las estructuras sindicales de base hay una gran parte de delegados y delegadas, de la representación directa de los trabajadores y trabajadoras, que mantienen todavía una cultura de la solidaridad, algunos valores colectivos, cierto sentido igualitario, pero en tensión y conflicto con la resignación y el miedo, con la adaptación individual defensiva ante las presiones empresariales.

En su función más inmediata, esos representantes sindicales se mueven entre la presión y coacción empresarial y el mantenimiento de la confianza y la delegación de sus representados; entre la impotencia de poder conseguir mejoras y la exigencia y delegación para obtenerlas. Aquí, es cuando se diversifican las tendencias entre ellos: en un extremo la que tiende a conservar y desarrollar el propio estatus y sus privilegios sin molestar el poder empresarial o colaborando con él; en el otro extremo, la posición de recoger y expresar la problemática social y laboral y estimular la participación de los trabajadores y trabajadoras, manteniendo su legitimación en ese campo, incluso sufriendo el cuestionamiento empresarial. Esa dinámica dentro de la representación sindical inmediata constituye el principal activo actual del sindicalismo. No cabe duda que esos compromisos colectivos, conectados con una actitud ética de honestidad y de vinculación con la gente trabajadora y los sectores más vulnerables, permiten el sostenimiento de una actitud y mentalidad solidarias y una tensión reivindicativa.

A esta función y práctica primaria de los delegados y delegadas sindicales se añade, el problema derivado de la crisis  de la izquierda y de su pensamiento clásico, de la pérdida de las anteriores referencias y motivaciones ideológicas y políticas o de una expectativa de progreso y avance social, o bien, de su conversión en meros clichés que influyen en una gran parte de los sindicalistas con fuerte tradición de izquierdas. Entonces aparece una dinámica que condiciona hacia una readaptación entre esa actitud básica solidaria y el pragmatismo sin muchos horizontes y perspectivas, con muchos retazos de aspiraciones anteriores y con ajustes y equilibrios personales con sus intereses individuales. Así, aparecen varias tendencias condicionadas por las diferentes mentalidades y por la combinación de realismo, adaptación y su función representativa.

En definitiva, la práctica dominante de los representantes sindicales es la mediación, con una dinámica conflictiva y adaptativa, con la necesidad de sostenerse a través de cierta legitimidad social de sectores amplios de la población trabajadora, y frente a la presión de los poderes fácticos, en esta época, de continua ofensiva neoliberal. Estos cambios ideológicos y culturales tienen elementos contradictorios, desde la fuerte tendencia pragmática y posibilista hasta la positiva evolución antidogmática con respecto a viejos clichés. Entre sectores amplios de esa estructura sindical básica, el impulso ético o la voluntad transformadora están en tensión con la mentalidad posibilista; los intereses propios son muy fuertes, y esa función representativa es la que permite no alejarse mucho de la necesidad de legitimación, de cierto aval democrático de los trabajadores y trabajadoras, de mantener el vínculo con ellos y expresar sus aspiraciones. La tentación hacia la ‘apariencia’ es fuerte; sin embargo, la vía de la exclusiva labor de imagen y propaganda es insuficiente y, aunque no se consigan muchas cosas, la defensa activa de los intereses inmediatos de la gente trabajadora sigue siendo fundamental. Esas son las dinámicas internas que configuran el contexto organizativo donde entran los jóvenes sindicalistas y sobre las que deben opinar y situarse.

Rejuvenecimiento del mercado laboral y acción colectiva

Estas dinámicas se dan en el contexto de la segmentación del mercado de trabajo, tanto entre las élites más cualificadas, como en los segmentos inferiores precarizados, incluida la presencia, cada vez más significativa, de inmigrantes. Al mismo tiempo, se ha producido la incorporación de varios millones de jóvenes en un proceso de socialización laboral, también segmentado según el género y el origen socioeconómico, donde predomina la fuerte precarización y la ‘adaptabilidad’ defensiva. Una minoría tiene relativo éxito precoz, incorporándose rápidamente a un empleo algo estable, ya sea entre las élites con alta cualificación, el autoempleo o empleo familiar o con algunos empleos estables y cualificados. Sin embargo, la gran mayoría tiene una experiencia prolongada en la temporalidad y precariedad; una parte, a través de una ‘aproximación sucesiva’, con altibajos pero con expectativas de mejora en la estabilidad y condiciones de empleo, y otra parte, con estancamiento en la precariedad y con riesgos de retroceso y exclusión social.

Estas tendencias sociolaborales, de precariedad, disciplinamiento con control de la productividad, subordinación jerárquica con relaciones organizativas empresariales autoritarias, chocan con sus formas de socialización a través de la escuela o la familia, con los cambios culturales y formas de vida que afectan más a esos mismos jóvenes. Se produce un choque entre el sometimiento laboral y el disciplinamiento salarial, jerárquico y productivo, y el ámbito relativamente más igualitario de la escuela o las relaciones interpersonales, o más ‘libre’ de los espacios de ocio y consumo.

Ante la ausencia de una confianza en una mejora, en un ‘progreso’ o superación colectiva de esas condiciones iniciales, una parte de jóvenes confían, fundamentalmente, en su capacitación cultural o relacional;  otra parte, se ‘acomodan’ esperando una superación más lenta o se ‘resignan’ conviviendo con la incertidumbre, y buscando elementos compensadores fuera de la esfera del empleo, a través del consumo u otras actividades socioculturales. No obstante, como hemos visto, ya existen corrientes de opinión y experiencias sobre la implicación de jóvenes en una exigencia explícita de defensa de sus intereses inmediatos, de ‘delegación’ condicionada a las estructuras básicas de los sindicatos, de acción colectiva en el ámbito sindical; ésta es una faceta a estudiar detenidamente, en el marco de la amplia participación juvenil en diversos procesos y movimientos sociales; pero sigamos con algunas características del contexto social y cultural que condicionan su actitud en el campo laboral.

Con una mayor individualización de las relaciones y una experiencia organizativa más abierta entre los jóvenes trabajadores todavía hay un distanciamiento con los intereses, prácticas asociativas y pautas culturales de la base adulta sindical y, específicamente, de la estructura sindical, muy institucionalizada. Además, la incorporación juvenil al mercado laboral se ha dado sobre todo en el sector servicios, más disperso y menos sindicalizado, donde existen empresas, algunas grandes, de casi exclusiva composición juvenil. La presencia de jóvenes en el campo sindical ha aumentado en forma de información, consulta y asesoría jurídica, de representación e incluso afiliación, pero se mantiene la ausencia y el corte con algunas de esas bases sindicales adultas de las grandes empresas industriales y de la administración, donde hay menor participación juvenil.

Además, debido a la temporalidad y la coacción empresarial y a la rotatividad  o a las expectativas profesionales ascendentes, hay dificultades añadidas para su acceso y estabilidad en la representación sindical, núcleo hoy de la acción sindical y de la influencia organizativa en la dinámica de los sindicatos. Sin embargo, como se ha visto, ya existe una participación juvenil sustancial en la función de representación sindical, en las tareas de delegados de personal o miembros de comité de empresa. No obstante, todavía es más difícil su presencia en unas estructuras sindicales con inercias e intereses creados, y que exige una experiencia más larga y una adaptación a un sistema de intereses y relaciones, más complejo y jerarquizado. Por otra parte, la existencia de otras formas de acción colectiva o experiencia asociativa en el ámbito sociolaboral es incipiente, debiéndose explorar y experimentar.

En resumen, la composición de la clase obrera se ha ido modificando con la incorporación de generaciones jóvenes, segmentadas y con unas trayectorias progresivas según la edad y el estatus socioeconómico y educativo; esa presencia juvenil y la mezcla generacional en las empresas ya se ha hecho notar; en particular, esa aparición de jóvenes en la periferia o en la base del sindicalismo es positiva y hay que estimularla. Habrá que ver su alcance y cómo remover los obstáculos desde las estructuras sindicales para su ampliación, para constituirla en una fuerza renovadora y no de frustración o de neutralización de las dinámicas de cambio.

Cultura obrera e identidad colectiva en los jóvenes

Tanto en el ámbito europeo como en el mundial se está produciendo una amplia reestructuración del trabajo, con nuevas segmentaciones y un deterioro del empleo estable y con derechos plenos. Las desigualdades y la falta de continuidad en el acceso a las rentas salariales también ha supuesto un debilitamiento del papel del empleo como un factor generalizado de la distribución de la riqueza y de la cohesión social. Además, los cambios en la cultura e identidad obreras todavía son más profundos y significativos y están derivados de las transformaciones sociales y culturales más amplias.

La cultura obrera ha sido una pieza fundamental de la cultura occidental del siglo XX. Pero, ha perdido importancia y singularidad como elemento subjetivo de identificación y también como estilo de vida diferenciado. Esto afecta al sentido de pertenencia de ‘clase’, en particular, en los jóvenes, y supone una dificultad para la articulación y la acción colectiva del conjunto de la clase obrera. Además se han producido unos grandes cambios en las perspectivas transformadoras. Las grandes ideas sobre una sociedad alternativa sufren un proceso de descrédito, tras el derrumbe del socialismo real, aunque ahora aparezca la idea de ‘otro mundo es posible’ entre diversos sectores juveniles; pero las propuestas de reformas concretas, de conquistas reivindicativas, de mejoras en las condiciones laborales y en los derechos sociales también están cuestionadas por la realidad neoliberal imperante y permiten pocos avances concretos, debiendo hacer grandes esfuerzos defensivos para mantener derechos adquiridos.

Sin embargo, aunque el trabajo ha perdido fuerza como factor de identidad y de cohesión, sigue constituyendo un problema central. Los problemas derivados de las transformaciones del trabajo y del mercado laboral son más amplios y graves. La dificultad viene de la falta de sintonía entre esa realidad de precariedad e indefensión y la expresión colectiva de una población trabajadora segmentada y diversa, de las dificultades para una identificación, una capacidad articuladora y una acción colectiva de cierto alcance transformador, con especial relevancia para las generaciones jóvenes. Por otra parte, sigue vigente el gran problema histórico de la articulación del conjunto de fuerzas sociales de izquierda y progresistas y la tarea de plantearse y promover una transformación profunda de las relaciones laborales, de las condiciones socioeconómicas y de la segmentación y precarización del trabajo.

Veamos el reflejo en la identidad de los jóvenes. En relación con la palabra identidad colectiva hay que precisar que nos podemos referir a elementos de identificación fuerte como ¿qué o quiénes somos?, o bien, qué mentalidad tenemos: ¿Qué ideas, objetivos, sentidos o representaciones tenemos de nuestra vida y de la sociedad? La discusión sobre la identidad colectiva ha adquirido un nuevo vigor por la convergencia de tres dinámicas, que necesariamente se deben tener en cuenta. La primera, por el debilitamiento de las grandes identidades de clase, en particular, la de la clase obrera. La segunda, por el desarrollo de diversas identidades colectivas parciales -culturales, de género, locales, ecologistas, etc.- que además son transversales y afectan a todas las clases sociales. La tercera, por la fuerte tendencia de individualización que vacía los contenidos y relaciones de una identidad colectiva, pone el acento en la identidad individual, aunque enfrentada a ella se dé una reacción de signo contrario, de tipo comunitarista o de cohesión grupal.

Las dinámicas sociales y culturales de esa modernidad ‘tardía’ o ‘reflexiva’ estarían dando lugar a una doble tendencia. Por una parte, a un nuevo proceso de individualización, como libertad e independencia de los individuos de las formas institucionales tradicionales –familia, escuela, empleo, Estado, nación- que conformaron la socialización de la población en estos siglos de modernidad ‘industrial’ y que son dominantes entre los trabajadores adultos. Por otra parte, estaría otra tendencia hacia una nueva institucionalización de las formas de vida, personales y colectivas, a una nueva socialización y, en esa medida, a una nueva dependencia de las instituciones y poderes públicos y privados. Es una doble tendencia de acceso a nuevas formas y expresiones de libertad y, al mismo tiempo, aunque en capas y proporciones diferentes, a nuevas relaciones de dependencia y subordinación. Se entrecruzan las anteriores instituciones con otras nuevas: la globalización con mayor predominio de la economía y el mercado, la sociedad red y la comunicación, las nuevas relaciones interpersonales, intergeneracionales y de grupo, el nuevo autoritarismo; esas dinámicas producen resistencias, acomodaciones diversas y formas mixtas y asimétricas de relación entre la identidad individual y la colectiva, y afecta especialmente a las nuevas generaciones.

Lo nuevo y significativo es el cambio cultural y de las mentalidades modernas de la sociedad (post) industrial y la conformación de nuevos estilos de vida e identidades frágiles, heterogéneas y diversas; en particular, en algunos sectores sociales y juveniles, precarios e ilustrados. Hay una pérdida de peso del componente laboral y de ‘clase’ -estatus socioeconómico- en la identidad personal y colectiva y un mayor peso de las ‘formas de vida’; aunque una parte de ese estilo de vida está condicionada por el nivel personal y familiar de propiedad de bienes y rentas monetarias y de la capacidad relacional, experiencial, y cultural. Se pasa del ‘aumento’ de la renta y el consumo, al aumento de la ‘calidad de vida’ y a la mejor –auténtica- capacidad ‘expresiva’.

Existe una paradoja: se mantienen o incluso se amplían las grandes desigualdades sociales y económicas, sobretodo en el ámbito internacional, pero pierden peso en la conformación de la identidad y en la acción colectiva. La mediación entre los dos planos, la economía y la cultura, se segmenta, diversifica y exige una nueva interpretación. La capacidad expresiva, individual y colectiva, dependería más de la propia subjetividad -de su cultura, personalidad, voluntad- contingente, de la incorporación de los cambios culturales, de cómo se vive la fragilidad y la inseguridad proporcionada por las incertidumbres, derivadas de la inestabilidad y los riesgos de las condiciones materiales de vida, presente o futura. En consecuencia, para comprender a las nuevas generaciones jóvenes hay que valorar las nuevas tendencias sociales; pero es fundamental dar importancia a una nueva cultura, a una acción y debate en el plano específicamente cultural, resaltando los nuevos valores e identidades: autonomía y solidaridad, nuevos acuerdos sociales, igualitarismo; y, también, a la resistencia cultural y práctica, contra las desigualdades, jerarquías y opresiones diversas en un mundo que aparece como formalmente libre e igual.

Socialización laboral de los jóvenes y los valores de solidaridad.

Existe un evidente deterioro de la cultura obrera tradicional, del mundo del trabajo como factor de identidad, en especial, entre los jóvenes. Dos elementos fundamentales estaban en el sustrato cultural de la clase obrera; uno, el equilibrio entre su aportación de trabajo y la garantía de derechos, es decir, la cultura contractualista del keynesianismo entre el pleno empleo y el Estado de bienestar; el otro, los valores de solidaridad, relacionados con el sentido de pertenencia e identidad colectiva. Voy a tratar estos dos aspectos relacionados con las nuevas generaciones y el cambio de condiciones y mentalidades con respecto a ellos.

La situación de los jóvenes y, específicamente, la de las mujeres jóvenes, es muy diversa, con respecto a su estatus socioeconómico. Como decía antes, la tendencia dominante es la precarización, pero hay dos dinámicas extremas: Por arriba, a una estabilidad y colocación en la estructura social y de empleo superior; por abajo, a dinámicas de desestructuración y marginación social. La intermedia, mayoritaria supone un proceso de transición, de aprendizaje y aproximación sucesiva hacia una mayor estabilidad y vinculación al mercado de trabajo, aunque puedan pasar etapas prolongadas de estancamiento o retroceso. Sin embargo para algunos esta etapa es rápida y para otros muy lenta e inestable. En este proceso es fundamental la capacidad económica y el estatus de él y su familia. Por un lado, como capacidad cultural y relacional para proporcionar unas mayores oportunidades. Por otro, como capacidad de acceso a unas rentas y consumo. Ambas las pueden proporcionar la familia, la unidad de convivencia, como colchón social y defensa institucional frente a la pobreza y la precariedad. Así, según el tipo de estatus de la familia, se permite ir aplazando la entrada en un mercado laboral precario o evitando la subordinación a unas condiciones laborales duras. Las decisiones de emancipación, con vivienda y recursos propios se aplazan, teniendo en cuenta esa redistribución y solidaridad familiar.

Pero otros mecanismos son los sistemas públicos de protección social de los que normalmente se excluyen a los jóvenes con poca participación contributiva. En este sentido, una mejor protección social por desempleo o una renta básica o un ingreso social serían unos mecanismos para garantizar esa defensa ante la presión a la aceptación de una fuerte precarización, especialmente relevante cuando tampoco es suficiente el marco familiar o se opta por la emancipación y la autonomía personal; así, esa protección o la generalización de una renta social para los jóvenes precarios facilitarían el acceso a una socialización laboral en mejores condiciones. Son propuestas que van contra la lógica dominante de los poderes económicos y del Gobierno, ya demostrada con el intento de Decretazo de recorte de las prestaciones por desempleo, para imponer una mayor subordinación en el mercado laboral; pero, son imprescindibles para dotar a los jóvenes de una estabilidad de sus proyectos vitales.

Los jóvenes, ahora, permanecen más tiempo en otros campos de socialización –escuela, familia, relaciones interpersonales- que son más tolerantes y abiertos. Con esa experiencia se resisten a una socialización mucho más jerárquica y disciplinada en las empresas. La primera etapa refleja más libertad y derechos con pocas contrapartidas. El ámbito de la escuela tiene dificultades añadidas para la educación y el aprendizaje en los deberes, tanto cívicos como formativos. Las obligaciones formativas aparecen limitadas y sin mucha motivación, aunque en los últimos años se intenta aumentar el esfuerzo individual y el carácter meritocrático de los alumnos. En la segunda etapa, en el ámbito laboral, los empresarios redoblan sus esfuerzos para garantizar la eficiencia, la productividad y la subordinación.

Las políticas laborales, la situación del mercado de trabajo y las condiciones de los empleos precarios fuerzan un sistema de autoridad, de obligaciones y rendimientos concretos, con contrapartidas salariales y de expectativas laborales y profesionales limitadas e inciertas; es la presión dominante de los ‘deberes’ con la renuncia a los ‘derechos’ laborales, a un empleo digno y a unas oportunidades vitales claras.

Por lo que se refiere a los derechos sociales, los jóvenes con poca participación en el empleo, reciben unos bienes básicos del Estado de Bienestar –enseñanza, sanidad-, con la percepción de su poca ‘contribución’; pero esos derechos están enmarcados en un pacto intergeneracional y en la perspectiva de su mantenimiento. Sin embargo, cuando se emplean y cotizan, en condiciones inferiores a la población laboral adulta, la percepción es que se les limitan algunos derechos laborales y la protección social, las prestaciones de desempleo o las futuras pensiones.

La mayoría de los jóvenes –autóctonos- se han socializado de una forma normalizada en esas instituciones básicas y hay poca exclusión social o cultural. Los niveles de integración son amplios. Las nuevas dinámicas de desestructuración y precarización han generado muchas zonas de incertidumbre que suelen corresponder con los estratos socioeconómicos más bajos y con nuevas generaciones de inmigrantes o hijos de inmigrantes. La fragilidad del empleo, de la protección social o de las rentas familiares, proporciona una dinámica de alta vulnerabilidad en esos segmentos.

Por otra parte, la ausencia de unas perspectivas claras de ascenso o progreso socioeconómico y de unas expectativas de mejora de los servicios públicos y los derechos sociales, hacen que esas capas se retraigan de los sistemas de seguridad y solidaridad colectivas. Los jóvenes de estratos más acomodados tienden a confiar en el progreso individual en el mercado o en el aseguramiento privado de los riesgos. Así, la mejora de la protección social, cuestionada por los grandes poderes económicos y mediáticos, no aparece como una gran referencia práctica para su futuro. Con ello se desdibuja, todavía más entre los jóvenes, el sistema institucional de la seguridad y solidaridad colectivas, el equilibrio keynesiano de empleo por bienestar.

En definitiva, la cultura contractualista, de cierta correspondencia de derechos y deberes y los valores de reciprocidad, están sometidos a presiones y desequilibrios diversos, en un sentido y otro. Desde la dinámica de una vida relativamente satisfecha sin deberes hasta una experiencia de tener que trabajar duro con pocos derechos. La familia también se desequilibra con más obligaciones para los padres y más contrapartidas para los jóvenes, por lo que alcanza prestigio entre ellos, pero tampoco es un campo donde se desarrolle la reciprocidad de los jóvenes. La incertidumbre por los derechos futuros, por su inestabilidad y vulnerabilidad, limita la voluntariedad por los deberes actuales. Ello genera una mentalidad individualista pero con dependencia de la solidaridad familiar o personal. Todo esto se inscribe en la percepción del deterioro del Estado de Bienestar y de su legitimidad social, en particular, de los sistemas de protección social y de seguridad colectivas que en gran medida han constituido el ideario del movimiento sindical y de la izquierda. De ahí la pérdida de confianza, entre una parte de las generaciones jóvenes, dada la dificultad en la acción de los sindicatos para garantizar unos proyectos vitales más estables y seguros.

Sin embargo, la exigencia de una protección social plena, dirigida a los jóvenes vulnerables, proporcionaría una defensa frente a la precariedad; esa propuesta sería una garantía para facilitar unos niveles básicos de subsistencia, independientes del empleo; también les puede reforzar ese vínculo con la sociedad, que les proporcionan esos derechos fundamentales, y se estaría en mejores condiciones para exigir y desarrollar una dinámica y una cultura más solidaria. El proceso de huelga general contra el decretazo del recorte de las prestaciones de desempleo demostró la amplia participación juvenil en defensa de esa protección social básica y era expresión del descontento existente.

La combinación de todos esos elementos hace que los derechos básicos –incluido una protección social plena o bien una renta social o básica-  para los jóvenes en situación de vulnerabilidad, deban tener la característica de no estar condicionados a la aceptación de obligaciones con respecto al mercado laboral o a su preparación para el empleo, permitiendo así una mejor posición para el acceso voluntario a un empleo digno; al mismo tiempo, se debe favorecer su incorporación a un empleo estable y con derechos y, especialmente, promover una cultura solidaria y una participación en la actividad pública.

La participación juvenil en el empleo y la regeneración del mercado laboral, tienen algunas consecuencias positivas para sus vínculos sociales y su autonomía personal y para las relaciones en el conjunto de la población trabajadora y del movimiento sindical. La participación juvenil en las estructuras básicas del sindicalismo ya es un hecho que hay que consolidar y ampliar. El dinamismo y la orientación de los sectores más activos de esta nueva generación de los noventa, socializada en la precariedad laboral, más pragmática, realista e ilustrada y, al mismo tiempo, con una cultura organizativa más abierta y con nuevos sectores más solidarios, van a condicionar la evolución del sindicalismo en esta década y su capacidad de articular y representar los nuevos sectores emergentes. 

    [1] El dato sobre la edad no figura en más de 15%  de las actas electorales, por lo que he realizado una extrapolación de los datos consolidados.

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